Por Elizabeth Rodríguez Palancas*

Una mañana de esas de enero, en las que se puede viajar cómoda y en el subte, empiezo a pasar el tiempo viendo posteos de Facebook. De repente, entre tantas caras jóvenes y siliconadas, encuentro una mujer. Una mujer con cara de mujer de verdad, una de esas caras que cuentan que se vivió una vida y no quiere disfrazarlo, tiene el pelo agarrado así nomás. Es como si me invitara a la intimidad de su momento privado y personal, esos momentos cuando una es sólo una misma frente al espejo y el acto de sacarse el maquillaje libera el alma y la conciencia. Me da curiosidad, ella piensa en voz alta:

 «Tengo 54 años estoy más arrugada, tengo algunos dolores de rodilla, estoy bien pero ya tomo calcio y estoy menopáusica. En seis años voy a ser oficialmente vieja. Voy a ser vieja por treinta, cuarenta años más».

Algo en mí se sacudió, era como escuchar mi interior expresándose ahí en medio del subte, yendo a trabajar. Quise seguir escuchándola:

«Cuando la televisión o el gobierno hablan de la vejez, hablan sólo de jubilaciones y remedios».

Sí, sí, claro pensaba yo.

 “¿Alguien está pensando cómo vamos a ser felices la etapa que nos queda, que cada vez es más larga? Hay que pensar cómo nos vamos a convertir en eso que soñamos ser toda la vida. Banco mucho la revolución de las pibas, pero… ¿Qué tal si empezamos a pensar en la revolución de las viejas? ¿Cómo viene la vida para nosotras?”

Esta mujer, Gabriela Cerruti, la diputada, la periodista, se sacaba el maquillaje y quedaba con la piel expuesta; en ese momento es sólo Gabriela frente al espejo, tan igual a mí, viajando para el trabajo en el subte y ponía en palabras públicas mis ganas de seguir creciendo, de ser quien quiera ser pese a tener más de 50.

El modelo hegemónico propone un modelo de vejez que se satisface con la propaganda de la incontinencia y el pegote de los dientes, con una abuelidad pasteurizada y siempre dispuesta, cierra los ojos al deseo, a la pasión, al descubrimiento.

Somos mujeres en lucha y queremos seguir siéndolo

Feministas que no bajamos las banderas, aunque esta sociedad nos quiera condenar a la pasividad de una tercera edad sufriente y silenciosa. Nosotras vivimos una época de grandes cambios, sufrimos en el cuerpo la época del proceso militar, las mil crisis económicas, hicimos florecer la democracia, nos dolió el alma con la guerra de Malvinas y queremos seguir construyendo un país para todes.

Las madres del pañuelo blanco nos enseñaron la dignidad de la lucha y así pudimos abrir el camino para reclamar el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y elegir nuestro destino junto a nuestras hijas con el pañuelo verde.

Queremos diseñar distintos modelos de vejez, el que cada une quiera vivir, creo que por eso resonó el mensaje de Gabriela. ¡Tenemos tanta vida por delante!

Así nos fuimos sumando a esta reflexión. Así fuimos cientos, miles. Se armó un grupo de Facebook donde pudiéramos dar rienda suelta a estas ganas de debatir, de soltar ideas, de seguir militando.

Un día surgió el deseo de vernos las caras, de contarnos frente a frente, de mirarnos a los ojos, de reconocernos como viejas luchadoras y así nos encontramos en un bar de Palermo y allí surgieron distintos grupos que más tarde se expresaron en las en las redes. Al día de hoy tenemos grupos que debaten la construcción de viviendas colaborativas, la educación sexual para mujeres adultas, el acceso a la salud y la capacitación, profundos debates como la eutanasia y ya un proyecto de Ley presentado para combatir el edadismo que hoy reina.

Nuestros intereses son vibrantes y crecen día a día, en los grupos virtuales se habla también de ecofeminismo, se organiza la lucha por vivienda digna para evitar la geriatrización, se habla de la cultura, del deseo, de las ganas de seguir trabajando y que se estimule el cupo laboral de las adultas, surgen temas todos los días.

Queremos que la vida nos siga desafiando y si la sociedad no lo permite la interpelamos nosotras. Estamos reclamando nuestro lugar de viejas activas. Ya fuimos jóvenes, queremos vivir una vejez sin connotaciones peyorativas, sin prejuicios de pasividad, vamos por el espacio que nos ganamos.

Crecen las pasiones: nos peleamos, nos amigamos, nos vamos del grupo, volvemos a ingresar; pero mientras tanto abrimos puertas. Se creó «un mar de fueguitos», una marea plateada como dice la impulsora de esta energía, la que se animó a pasarse crema despeinada frente al espejo y decirse «voy a ser vieja» llamando a las cosas por su nombre, dándole la oportunidad a esta etapa de la vida de pelear por otro rol, que ser «vieja» se asocie con lucha, creación, alegría y desafío.

¡Pasivas no! Re-vo-lu-cio-na-rias. Quizás la revolución en este tiempo de la vida pase por otro lado, pase por hacernos oír, por seguir eligiendo ser mujeres feministas, fieles a su ideología, por crear movimientos de mujeres que crean historias nuevas.

*Elizabeth es integrante de La Revolución De Las Viejas