Intensamente

Por Sandra Raggio

Tengo 53. Soy blanca, urbana, clase media, profesional y militante. Tres hijes. Parí pendeja, así que ya son grandes, y no siento ningún síndrome del nido vacío. Al contrario, vivo esta etapa con más intensidad energética que a los 20, porque ahí estaba tanteando la vida. Lo bueno de esta edad es la posibilidad de despojarte de los mandatos con menos culpa. Y también dejar atrás los estragos de la infancia. Ahora sé qué quiero y también cómo quiero. No me voy a “jubilar”, por ejemplo. La jubilación es el ritual burocrático (y algo más) de paso a la tercera edad para formar parte del gran pelotón de la “clase pasiva”. No sé si seré abuela, porque mis hijes han abandonado el mandato de reproducirse. Y no seré “vieja”, ni a los 80. Si hay revolución de las viejas, la primera consigna es que jamás lo seremos, en el sentido literal del término.

Simplemente algún día moriremos, de viejas. Con el siglo XX avanzado, el estado de bienestar y el fordismo, aparecieron en escena los adolescentes, una nueva edad, entre la niñez y la adultez. Ni niños ni adultos. Ahora estamos les otres NiNi, ni jóvenes ni viejes, pero que estamos más próximes de la muerte que del nacimiento, sometides a otras alteraciones hormonales, redescubriendo el erotismo de nuestros cuerpos flácidos y maduros, habiendo ya cumplido con muchos de nuestros deseos (y mandatos), vamos animándonos a los nuevos advirtiendo que todavía tenemos tiempo. Para las mujeres, no será parir porque, según el reloj biológico, se nos pasó la hora (aunque a través de la ciencia se ha extendido varios años más) pero podemos criar si queremos, o estar solas o en pareja o… o… ¡Las nuevas viejas! Que no es lo mismo que las viejas que estamos como nuevas. Con esa multiplicidad de vernos tan diversas, sin sujetarnos más a los modelos y estereotipos de viejas o de pendex. Dejarte las canas, teñirte, pelo corto o largo, gimnasio, deporte de alta intensidad, electrodos, arrugas, radiofrecuencia, cremas, botox, lipo, panza, rollo, celulitis, minifalda, calza, jean, hippie chic o pret a porter. Lo que te pinte.

No es fácil, no fue fácil. A los 40 creí que ya estaba todo elegido, que solo restaba transcurrir la recta final con lo puesto. Ya era madre, ya había vivido el amor, ya era una profesional, ya tenía lugar de residencia y trabajo fijo, posición política y militancia, todos mis gustos definidos. Profunda crisis de existencia. Sin embargo, ahora a los cincuenta y pico siento que tengo muchos caminos para escoger todavía, y también tiempo, que pienso aprovechar viviéndolos con más intensidad, pasión y sabiduría que a los 20. Ningún trasto viejo desechable ni nuevo rubro en el mercado. Tampoco sé si se trata de un nuevo grupo de destinatario de políticas focalizadas del estado. Acá también lo personal es político, y las solidaridades que nos surjan en este transitar hará, o no, de esto un nuevo clamor emancipatorio.