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El aislamiento y las estigmatización de las vejeces combinados con la expectativa de vida más larga y el anonimato de las grandes ciudades son algunos de los factores que hicieron crecer la soledad: en CABA el 35% de las viviendas son unipersonales. El Reino Unido y Japón instauran Ministerios para ocuparse de un problema que avanza y en la Argentina nacen iniciativas que fomentan los vínculos, la participación y derriban prejuicios. 

“¿Qué se siente al estar solo? Es una sensación parecida al hambre: como pasar hambre mientras alrededor todo el mundo se prepara un banquete”. En su libro “Aventuras en el arte de estar solo” la escritora inglesa Olivia Laing definió este sentimiento que afecta a todas las personas en algún momento de sus vidas. En oportunidades, aparece de forma disimulada, gradual e invisible y se vuelve pesada cuando se mantiene en el tiempo. Otras veces, es resultado de una pérdida (muerte de alguien querido, desempleo o rupturas). Hoy, aislamiento mediante, la situación se agravó en todas las sociedades y el tema saltó a las agendas globales.

De hecho, Gran Bretaña lo asumió como un problema de salud pública y creó, en enero de 2018, el Ministerio de la Soledad. Copió el modelo en marzo último Japón, que decidió atajar de esta manera un crecimiento en los suicidios, en un país donde uno de cada tres habitantes vive sólo en un departamento pequeño. España cuenta con iniciativas en determinadas ciudades (como Madrid y Barcelona) con observatorios para identificar los riesgos, fomentar los vínculos sociales, ofrecer servicios y recursos y adecuar los servicios municipales.

En Argentina también se encendió la alarma. Según la Encuesta Anual de Hogares (EAH) las viviendas unipersonales representaban hacia el año 2018 el 35.7 por ciento de los hogares en la Ciudad de Buenos Aires. Para la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) la cifra desciende al 34.1 por ciento. El estudio demuestra que el mayor porcentaje de hogares de este tipo se concentra en personas de 65 años o más; una población mayormente viuda y principalmente feminizada.

“Los gobiernos de este país deberían tomar en cuenta la soledad, como problemática social.

La depresión y ansiedad crecen en el mundo debido a este mal. Sería bueno que incitaran a socializar a partir de distintas actividades, promocionarlas al aire libre, en canchas de fútbol o plazas y parques. Que pudieran interactuar distintos grupos etarios. Y aunque no se cree un Ministerio, sí estaría bueno que un organismo público actúe en consecuencia. Lo primordial sería visibilizar el tema”.

Quien habla es Edith, de 63. Tiene tres hijos, ama -ahora que es jubilada- prescindir del despertador y disfruta de sacar fotos. Algo que también la describe es el sentimiento de soledad que la atormenta desde hace un tiempo. “Hace 3 años que vivo sin compañía. Al principio, estaba feliz. Hacía muchas actividades que me gustaban. Biodanza, chi kung, talleres de escritura. Pero en agosto pasado, después de que me agarró Covid, empecé a sentirme sola, casi siempre de noche, y a añorar los tiempos de reuniones”, confiesa.

Muy relacionada con la soledad está la vida en las grandes ciudades que favorecen el anonimato y dificultan los vínculos. “Hoy se tiende al individualismo. -observa Edith-. Y quienes estamos solos nos sentimos ‘invisibilizados’. Eso como espiral trae más aislamiento y causa tristeza, dolor, frustración. Yo busco todos los días hacer cosas que me hagan sentir bien. Danzar, un baño relajante, hacer caminatas. Pero últimamente me faltan las fuerzas o la voluntad. Lo que me ayuda son las amigas y los grupos de pertenencia en Facebook o Instagram. Y la visita de mis hijes”.

A pesar de padecer esta privación de la compañía que la hace sentirse comprensiblemente desanimada, Edith se obliga a planificar a futuro. “Tengo un pasaje para viajar en septiembre a Bariloche, voy a visitar a mi hijo menor que cumple 30 años. Eso me ayuda a levantarme y proyectar”.

Acción integral

La soledad duele cuando no se elige, cuando se impone a pesar de la voluntad y dura en el tiempo. Y se tiene la sensación de que las relaciones con otros son insuficientes o les falta calidad o intensidad. Es bien diferente a los momentos de intimidad personal, reflexión o disfrute en solitario, de los que se puede estipular la duración y volver a estar en compañía cuando se lo desea.

“En forma simultánea con el envejecimiento poblacional, la soledad no deseada se ha transformado en otro de los grandes fenómenos y desafíos del presente siglo. Amerita un abordaje integral e interdisciplinario debido a que impacta por completo en todos los planos del ser humano: sociosanitario, psicológico, familiar, cultural, económico y comunitario. Este fenómeno silencioso, y de gran relevancia mundial en los últimos años, se agravó aún más por el contexto actual”, analiza el equipo de la Secretaría de Integración Social para Personas Mayores del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, conformado por María Victoria Campo, Barbara Solange Herrmann, Edgardo Di Virgilio y María Rosario Angelillo.

La pandemia obligó a reconfigurar una vida social que, de pronto, se vio absolutamente obstaculizada. “El aislamiento social preventivo y obligatorio es una medida elemental para disminuir los riesgos de contagio, pero si esta situación se extiende en el tiempo, impacta por completo en un envejecimiento saludable. La soledad y el estrés se están apoderando de la salud mental de los grupos más vulnerables. Transitar por un camino de riesgo asiduo y permanente, con las normas protocolares de limitar los contactos y proximidad con los vínculos más cercanos, exacerba el aislamiento y el sentimiento de soledad no deseada”, aseguran los expertos.

Mucho se habla de la soledad en abstracto y poco de cómo afecta a las personas, incluso físicamente, cuando se la siente como una enfermedad. Sentirse solo daña el cerebro y el sistema inmunológico. La Organización Mundial de la Salud (OMS) describe a la soledad no deseada como una de las mayores problemáticas en el deterioro de la salud y como un posible puente a niveles de dependencia.

“Afecta la percepción de bienestar y, por ende, la calidad de vida. Según los estudios, la soledad no deseada y el aislamiento social incrementan la depresión, el insomnio, alteraciones en el funcionamiento cognitivo, mayor probabilidad de institucionalización, incremento de la tasa de mortalidad. Se pueden producir problemas en el funcionamiento vascular, incremento de la presión arterial, posibilidad de padecer accidentes cerebrovasculares, elevación de las alteraciones del sistema inmunológico, aumento de la obesidad, tabaquismo y reducción en la actividad física”, sostienen los autores del artículo “La soledad no deseada. Una aproximación cuantitativa sobre el sentimiento de soledad en las personas mayores de 65 años residentes en CABA, 2020” publicado en Argumentos. Revista de crítica social.

Parece urgente no sólo implementar políticas públicas de acompañamiento y asistencia, sino también alertar a las personas para que puedan involucrarse en la problemática. “Es necesario que se realicen campañas de sensibilización que den cuenta de este fenómeno para que la comunidad pueda colaborar detectando a quienes están atravesando este tipo de situaciones y conozcan los canales institucionales y recursos existentes para su abordaje. Es fundamental generar mecanismos institucionales que puedan recepcionar los casos de personas que atraviesan este tipo de situaciones y que elaboren herramientas como la teleasistencia, conversatorios, y donde se propongan distintas iniciativas para que las personas puedan participar de espacios en los que tengan la oportunidad de generar nuevos vínculos”, aseguran desde la Secretaría de Integración Social para las Personas Mayores de CABA. Y suman: “Otra acción interesante con una mirada integral que podrían promover los gobiernos es la realización de capacitaciones a la comunidad educativa para incorporar el concepto de la soledad no deseada como problemática en los diseños curriculares de nivel primario y secundario y de módulos sobre lazos y revinculación familiar en los que se aborde el fenómeno como una situación que pueden estar atravesando las personas en distintas etapas de su vida”.

Fuera del mercado

Es difícil hablar de la soledad. Sin embargo, Susana se arma de valor y cuenta con valentía y desgarro cómo experimenta este momento de su vida. Hoy sus 56 la encuentran desocupada, en la ciudad de Neuquén, lejos de sus dos hijas -de 22 y 29- que viven en Buenos Aires. “No me pesa estar sola pero sí sentirme sola. Al estar sin laburo, un poco las personas se me alejaron. Estuve intentando conseguir trabajo, tengo muchos cursos hechos pero ninguna profesión, pero me encuentro con que por mi edad no consigo nada”.

La irrupción del Covid y el aislamiento la tomaron por sorpresa. “Me quedé en el departamento sola. De a poco, no salir a la calle me fue pesando. Siento que estoy en un lugar y en una situación que no elegí. Preferiría vivir con alguien, una amiga, una hija. Intenté una pareja, pero no resultó. Hoy me parece que no hay nada en el mundo que pueda hacer que se me vaya ese sentimiento”.

Susana habla de que “no quiere hinchar” a los demás. Cuanto más solitaria se vuelve, pierde su habilidad para navegar en la corriente social. “Lo que me pasa es que no conozco mucha gente. Y el resto tienen su vida, su familia, sus cosas. Me cuesta encontrar un lugar para poder socializar. No quiero molestar a mis hijas con esto de que me siento sola. Quiero rebuscármelas, encontrar un camino, una forma que me permita sentirme bien. Hay mucha gente sola como yo, y mucho desencuentro”.

Pese a estar sumergida en la desazón, vislumbró que una buena alternativa era compartir soledades. “La solución que encontré fue sumarme a la red de la Revolución de las viejas. Pero no llegué a conocer en persona a casi nadie porque justo arrancó la cuarentena. Sí logré hacerme una amiga con la que salgo a caminar. Eso me alegró mucho. Y además, LRV me abrió varias oportunidades para hacer cursos, como el de tai chi, asistir a charlas, hacer una diplomatura en arte y el instructorado online en chi kung”.

Espacios de encuentro

Existe la red poderosa que conforma en todo el país La Revolución de las Viejas (www.larevoluciondelasviejas.com.ar), existen otros espacios donde encontrarse con otras, aunque en estos tiempos tenga que ser de manera virtual.

Papelnonos (www.papelnonos.org) es un programa social, educativo y cultural dirigido a +60. Conforman la red nacional 6 mil personas. La propuesta es usar instrumentos musicales de papel para hacer arte. “Los viejos participan divirtiéndose. Y en cuanto interactúan empiezan a tener un sentido de pertenencia”, dice Jorge Strada Bello, fundador de esta iniciativa que ya tiene 33 años.

De esas décadas de experiencia, Strada Bello -psicólogo, escritor, músico, autor y compositor de canciones- logró detectar cuatro tipo de soledades. “Hay muchos que saben que tienen gente al lado pero se sienten solos porque no hay interacción, que no le pasan la pelota. Es la más dolorosa. Después está la soledad cuando perdés un par. Y esa es eterna. Una tercera tiene que ver con los eufemismos: tercera edad, sexagenario, personas mayores, abuelos. En el fondo, lo que dicen es que son viejos. Están ocultando una identidad que no tiene por qué no ser reivindicada como tal. Cuando decimos joven nadie se molesta en esconder nada. Una de las cosas que hace Papelnonos es resignificar la palabra viejo, que es lo mejor que nos puede pasar, porque si no significa que nos vamos a ir antes. Y la última soledad, que es la que tratamos de estimular a partir de determinadas estrategias en Papelnonos, es la buscada, que es la que se necesita para meditar, para pensar, y no duele. Ejercés la libre elección de buscar la soledad que te hace bien. De esta manera, contribuimos a disminuir los efectos negativos de una soledad no buscada y que puedan buscar la soledad en la medida que les haga falta”.

Además del “teatro musical”, Papelnonos también arma concursos virtuales, radioteatros y acciones solidarias. Todas las actividades son gratuitas. “Extrañamos la presencialidad pero tenemos plataformas donde compartimos mensajes y así sentir que no estamos solos”, sintetiza Strada Bello.

“El talismán y quitapena ha sido siempre nuestra amistad”, dicen tres voces femeninas al unísono. Es el final de un audio-relato que surgió de las Meriendas vecinales online organizadas por el Centro Cultural 25 de Mayo. A mediados del año pasado arrancaron estos encuentros semanales destinados a mayores de 60 años. “La idea fue generar una comunidad de contención, comunicación y creación. Nos reímos, jugamos, inventamos historias, nos acompañamos entre todos”, detalla Silvia Sánchez, coordinadora de las Meriendas vecinales, que retomaron el 15 de junio en su formato virtual y gratuito. Los interesados pueden escribir a cc25comunidades@gmail.com llamar al 4524-7997 o 113-9307496 (whatsapp)                                                                                                                            Otra alternativa es el programa de envejecimiento activo y saludable de Fundación de Religar (www.fundacionreligar.org). A cargo de esta propuesta está la gerontóloga Ani Kass: “Como el nombre lo indica su objetivo es paliar los efectos de la soledad. Hay gimnasia, yoga, teatro, tai chi y salidas recreativas, culturales y meriendas. Con la pandemia las clases son por zoom”, detalla.

Existen también programas de envejecimiento activo con talleres y capacitaciones en formato virtual impulsados por la Secretaría de Integración Social para las Personas Mayores de CABA. Hay propuestas de movimiento (como danza, folklore, yoga, artes marciales) y espacios de conversación (hablemos de derechos, coaching y filosofía del cuidado, entre otros).

Nuevas vejeces 

En Argentina, casi 7 millones de personas tienen 60 años o más, según proyecciones del INDEC para 2019. De esa multitud, un alto porcentaje dice padecer la soledad. Es un sentimiento doloroso y temido. No son situaciones buscadas, sino impuestas.

Son varios los factores que desencadenan esta infelicidad tan de estos tiempos. Ani Kass los desgrana: “Surge ante el miedo a la fragilización, a la muerte, a la discapacidad, a la institucionalización. También la generan la inseguridad económica, las familias que no acompañan o cuando no hay familia y, por supuesto, los factores psicológicos, como la depresión. Hoy lo que se ve es que muchos siguen teniendo terror a salir como si estuviéramos en el primer momento de la pandemia, aún vacunados con dos dosis. Y algunas de las frases más escuchadas es ‘si me caigo y me muero en mi casa nadie se va a enterar hasta después de varios días’. Eso genera unos niveles de ansiedad altísimos”.

La gerontóloga, también docente de la Cátedra de Vejez de la facultad de Psicología de la UBA, analiza que la soledad pasa a ser un problema “cuando no hay redes, sea de familiares, amigos o vecinos, donde puedan sentir que están insertos en un marco que si levantan el teléfono o mandan un mensajito alguien va estar del otro lado para acompañar, para asistir”. Y agrega: “Pero no todo lo puede cubrir la familia. Hay gente que dice ‘yo no estoy sola porque tengo un montón de hijos y nietos’, pero los ven cada tanto o hacen una reunión y nadie les habla porque piensan que el abuelo o la abuela no escucha o no entiende. Es importante la calidad del vínculo, no la cantidad”.

Para cambiar ese sentimiento son claves las redes de amistad, la inserción social y echar mano a las herramientas digitales. “Desde la cátedra de psicología de la tercera edad y la vejez en UBA hicimos el año pasado en investigación sobre el aislamiento y fue una sorpresa ver los recursos internos que tenían viejos y viejas, ya sea por el humor ya sea por el desafío de aprender a usar el zoom o whatsapp para seguir conectado”, señala Kass.

Si bien la edad aumenta la posibilidad de vivir solos, la experta propone evitar las estigmatizaciones. “En Argentina no sé si hace falta un Ministerio o una ley de la soledad. Me parece que se necesita que haya en principio una visibilización positiva de las vejeces. Romper con esta idea prejuiciosa viejista que supone que la vejez implica soledad, abulia y que entonces no se necesita pensar proyectos para la vejez. Y es todo lo contrario. Es clave tener una mirada integradora de la vejez, no aislarla. Cuando las personas empiezan a sentir que ya no pertenecen a la etapa de la juventud en un país donde ser joven es lo mejor que le puede pasar a las personas, entonces aparece ese sentimiento de soledad, que luego se transforma en angustia y lleva la depresión. El modelo no puede ser este y tampoco la juventud es para todos la etapa más feliz de la vida. Hay investigaciones que prueban que después de los 70 se puede encontrar esa misma sensación de felicidad que se sentía los 20, porque en el medio el tema de la responsabilidad en el cuidado el trabajo y la familia no deja tanto lugar para el propio desarrollo y para hacer lo que uno tiene realmente ganas”.

 

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