La Comisión contra la Discriminación Etaria en Ciencias denuncia que el sistema científico argentino discrimina. De acuerdo a varios investigadores perjudican sobre todo a las mujeres, a la comunidad trans y a las personas mayores. Pese al cambio en la ley, muchas becas universitarias siguen teniendo límite de edad. Historias de investigadores discriminados y la respuesta de las instituciones.

A mediados de abril la UBA abrió una convocatoria por los 200 años de la institución para otorgar un incentivo a la investigación orientado a estudiantes de carreras de grado. Uno de los requisitos para aplicar era tener hasta 30 años de edad al momento del cierre de la inscripción, el 7 de mayo inicialmente, postergado hasta el 17. “De esta forma las autoridades confirman una vez más su posición discriminatoria en relación con la edad”, postuló en un petitorio la Comisión contra la Discriminación Etaria en Ciencias (CODEC). El ejemplo no es un caso aislado. Situaciones de este tipo se repiten en distintas instituciones del sistema científico argentino, y, de acuerdo a lo que señalan varies investigadores, perjudican sobre todo a las mujeres y a la comunidad trans.

“La ciencia es para varones blancos, heterosexuales, sin discapacidades, de clase media, media alta”, define Ilona Aczel, licenciada en Letras, profesora de Teoría y Análisis Literario en la UBA e integrante de la CODEC, agrupación que lucha desde 2009 por un cambio de paradigma. Que no sólo grita que estas cosas no deberían pasar, sino que también advierte que no suceden en otros países del mundo.

En 2017 se sancionó en la Argentina la Ley 27.385 por la cual en el Conicet dejó de existir, el límite de edad para becas de investigación y postdoctorales y el ingreso a la carrera de investigador/a. Pero, según denuncian diversas fuentes, pese a este avance la discriminación sigue ocurriendo en los hechos. Cuando la ley apareció, varias universidades –como la de Mar del Plata– ajustaron su normativa y derogaron el requisito de edad para becas. Pero eso no sucedió con la mayoría. La CODEC recuerda en el petitorio difundido mediante Change.org que en noviembre de 2020 la UBA realizó la “Convocatoria a Becas para Áreas de Vacancia o Asociadas a Proyectos de Desarrollo Tecnológico o Social” con un límite de edad de 35 años. Es más: las becas habituales de la casa de estudios incluyen límites también (30 para carreras de grado; 35 para maestrías y doctorados, con un 15 por ciento de excepción para mayores de 35).

Aparte del Conicet y las universidades, el tercer camino que pueden seguir les investigadores que precisan acceder a becas es el de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i). Desde la Agencia Nacional destacaron que el año pasado modificaron la “situación injusta” que “limitaba la posibilidad de postular a fondos por la edad biológica” y que en su lugar adoptaron “la trayectoria académica”. “Permite contemplar los diferentes recorridos educativos, personales y profesionales. Así, una persona que obtuvo su título de grado a los 35 años (por las razones que fueran) puede acceder a un PICT Inicial a los 50 años. Es una ampliación de derechos y posibilidades”, precisaron. “A esto se le suma que por cada hija/o, el límite se extiende un año más, para que la maternidad no vaya en detrimento de las posibilidades de obtener fondos. Como toda decisión, vamos a estar monitoreando el impacto y si es necesario, lo reveremos.”

Si bien este organismo no impone rango de edad para becas de doctorado y postdoctorado, deja a criterio de las universidades las que son cofinanciadas. “Es una zona gris”, dice Vanina Teglia, otra investigadora e integrante de CODEC. Antes, para acceder al Proyecto Joven había que tener hasta 38 años y la categoría de Grupo de Reciente Formación tenía límite de 48 para los investigadores principales. “Esto cambió –cuenta Teglia–. El Grupo de Formación no tiene límite desde este año. Y el que se llamaba Joven ahora por suerte se llama PICT inicial. Pero le dejaron una edad académica. Esto quiere decir que el investigador que solicite el proyecto tiene que haber recibido su título de grado en un tiempo menor a 15 años. Es arbitrario.”

Historias de discriminación

Cecilia Macon, prestigiosa y reconocida doctora en Filosofía, docente en la UBA, intentó su ingreso a Conicet cinco veces. En todas las ocasiones obtuvo una muy buena evaluación tanto de su proyecto como de sus antecedentes. En las tres primeras oportunidades fue excluida explícitamente, ya que aún no se había sancionado la Ley 27.385. “Las últimas dos no fue explícito porque fueron posteriores a eso. Pero la discriminación en los hechos apareció igual, modificando el orden de mérito”, se queja Macon.

Explica que quienes aspiran a becas obtienen un puntaje, a diferencia de les que desean ingresar a carrera, como ella. “No se sabe bien de dónde viene la orden de mérito; es menos claro que tener un puntaje, porque en ese caso se puede apelar la decisión”, detalla. Sabe que las personas que se postularon con ella en las últimas dos oportunidades cuentan con menos antecedentes, no tienen tesistas a cargo como en su caso o tienen menos, no han dirigido proyectos de investigación de especialistas formados, tienen menos artículos o libros publicados. Simplemente son más jóvenes.


“Desde que está explícitamente prohibido el límite de edad los sectores de más arriba del Conicet siguen haciendo estas cosas. Las personas que tienen más poder dentro de cada área consideran que la ley es absurda: lo hemos escuchado no sólo en pasillos sino también en reuniones”, revela Macon. Respecto de su caso le llegaron rumores que prueban la discriminación porque es “un mundo bastante pequeño”. Y el suyo no es un episodio aislado; esto también lo sabe. Hay una paradoja: ella dirige a investigadores. El Conicet la considera apta para esta tarea por la cual no le paga, pero no la acepta dentro de su planta.

Virginia Alonso Roldán, bióloga, de Puerto Madryn, tiene 41 años y padeció discriminación por parte de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Ocurrió dos veces. La primera fue en 2019, cuando regía el límite para el Proyecto Joven y ella se “excedía por unos meses”. Alentada por la CODEC se postuló igual; pidió una excepción. Aparte, presentó una denuncia ante el Inadi. “El año pasado tuvimos la buena noticia de que iban a sacar el límite. Convocaron a la CODEC a una reunión para charlar sobre los nuevos lineamientos, pero toda la alegría se diluyó. Vimos con horror que iban a reemplazar la edad biológica por la académica. Es cambiar de nombre el mismo problema”, desliza. Otra vez por apenas unos meses quedó afuera, sólo porque se recibió hace más de 15 años. No se rindió. Presentó una carta y otra denuncia ante Inadi. Todavía no tuvo noticias acerca de su pedido.

Vanina Teglia pudo hacer su doctorado con beca del Conicet. Pero a los 35 años quiso acceder a una postdoctoral y justo hubo un recorte “importantísimo”. Quedó “afuera del sistema”. Tenía que volver a dar clases o tomar trabajos no calificados. “Había hecho el doctorado con muchísimo esfuerzo y presión para terminarlo a tiempo. De pronto no me servía para nada. No tenía ningún ámbito donde insertarme”, recuerda. En esa época, por allá por 2012, hubo varias manifestaciones por el recorte. Ella reclamó por un año y finalmente obtuvo la beca.


Quiso después ingresar a la carrera de investigador/a científico/a. El límite era de 35 años para ser asistente y de 40 para ser adjunto. “Como tenía más de 35 no me evaluaban como asistente que era lo que correspondía sino como adjunta. Era súper exigente. Lo sigue siendo. No iba a ingresar nunca más. Fue una época en la que no tenía vida personal. Me la pasaba haciendo ciencia para alcanzar el estándar de adjunta”, cuenta. Ingresó después de “mucho esfuerzo”, la tercera vez que se presentó.

Lecturas sobre la discriminación etaria en ciencias

Toda esta discriminación se esconde en el discurso de la juventud, se insiste con que hay que favorecerla. Pero se favorece el ingreso en investigación a los jóvenes con una tendencia: explotarlos y precarizarlos. El sistema de becas es precarizador. Los becarios tienen poquísimos derechos laborales”, analiza Teglia, quien se aboca a la literatura colonial. “Algunos investigadores de renombre, asentados en su lugar de investigación, jefes de institutos, de laboratorios, necesitan investigadores que hagan el trabajo duro, sucio, y eso lo hacen los becarios. Necesitan mano de obra joven, renovable, que haga ese trabajo pero que no compita con ellos. Los criterios excluyentes discriminatorios, arbitrarios, buscan soldar un sistema elitista, jerárquico”, completa. En sintonía, Ilona Aczel añade: “La educación no es pública. Es pública hasta el grado. Es prácticamente imposible para la gente que no gana becas ingresar al sistema de investigación, a un posgrado”.

El petitorio de la CODEC por el reciente caso de discriminación en la UBA subraya que lo que debiera sopesarse a la hora de entregar una beca no es la edad biológica sino el CV del postulante: su trayectoria y formación. De no ser así se están violando “diversas normas y leyes nacionales e internacionales”.

En esta trama, a la precarización se enlaza la exclusión. “Se excluyen trayectorias o recorridos, compañeras que han quedado embarazadas, que entran más tarde a la carrera científica; personas que han tenido que trabajar, que han tenido que hacer la carrera de grado en más tiempo”, plantea Maximiliano de la Puente, investigador adjunto del Conicet, que pudo ingresar al organismo recién después de cinco intentos, por las exigencias que antes regían con la edad y por los recortes del macrismo. “Hay una cultura instalada en la cultura científica en relación con la edad”, define.

Por su parte, Macon remarca: “La discriminación por edad no está considerada como la de género, raza o religión. Hay muy poca conciencia, particularmente en la Argentina, de que se trata de una violación a los derechos humanosHay una asociación permanente entre ciencia y juventud. La discriminación etaria termina empobreciendo el funcionamiento de las organizaciones. En el país se privilegian trayectorias lineales, cuando muchas veces las personas que pueden enriquecer un ámbito de trabajo son las que tuvieron un desvío en otra carrera, las que ejercieron su profesión de manera diferente, las que hicieron caminos más zigzagueantes”.

Impacto en el género

Para les investigadores consultades, la discriminación por edad en la ciencia abre el juego a “dos discriminaciones más”: por clase y por género. “La edad para pedir becas coincide con la de fertilidad. Por eso (quienes desean gestar) deben elegir entre posponer y/o abandonar sus planes familiares o renunciar a la carrera académica”, sentencia el texto de CODEC. Se ven perjudicadas, además, personas que por diversas razones ejercen trabajos de cuidado y quienes “tuvieron problemas de salud en diversos momentos de su vida”.

“La carrera de investigador está pensada en la Argentina para un hombre que no se hace cargo de sus hijos y de buen pasar económico. Para alguien que no va a discontinuar su carrera aunque gane dos mangos. No está pensada para los trabajadores ni para las trabajadoras. Mucho menos para personas gestantes”, manifiesta Teglia.

Melina Devercelli tiene 44 años, es investigadora adjunta del Conicet, especialista en Ecología Microbiana y en particular en fitoplancton, y tiene dos hijos, Bruno (11) y Julián (14). Dice: “A mí me agarró la normativa del límite de edad. Llevé una maternidad y una carrera científica acompañada por mi pareja, con un régimen de repartirnos las dedicaciones. Pero era una exigencia enorme. Ser mamá y serlo en ese momento porque, si bien era mi deseo, nos acompañaba el mito de que por cuestiones físicas después no iba a ser lo ideal. A su vez si querías aspirar a ser una buena científica tenías que producir un montón: todo en ese momento. Eso habla de un tipo de ciencia al que se aspiraba”.

“Por más que en el Conicet se haya quitado el límite de edad hay una exigencia desde los inicios. No se trata de ser madre o no. A veces creo que la maternidad está sobrevaluada: no es la única dificultad que atraviesan las mujeres. Parece que hay que dedicar toda la energía, la feminidad a la tarea científica, y dejar de lado otras cuestiones, como las familiares u otros desarrollos”, agrega Devercelli. “Muchas mujeres quedan en el camino”, sentencia.

Los números lo grafican: sólo el 25 por ciento de los investigadores superiores del Conicet (la categoría más alta) son de género femenino. Aparte, un reciente estudio de la Universidad de General Sarmiento mostró que las científicas tienen menos probabilidades que sus colegas varones para acceder a financiamiento para sus proyectos. Todo esto sucede en un marco en el cual, de acuerdo a estadísticas del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, la mayoría de quienes investigan en la Argentina son mujeres, dato que se mantiene desde 2015. Están subrepresentadas en las áreas de ingeniería, tecnología, ciencias agrícolas, naturales y exactas, y sobrerrepresentadas en las ciencias sociales, médicas, de la salud y humanidades. En espacios de liderazgo y tomas de decisiones es notable la disparidad. Sólo el 22 por ciento de los puestos directivos en organismos de ciencia y tecnología son ocupados por mujeres.

Victoria Cano Colazo, licenciada en Psicología y becaria del Conicet, está haciendo su tesis de doctorado en relación a los retos en la conciliación de la vida privada y profesional de las mujeres científicas del organismo. “Somos más becarias en categorías más bajas, pero hay pocas mujeres como investigadoras principales (40 por ciento) y superiores (25). El porcentaje del 25 se sostiene hace 15 años o más. Los investigadores superiores son personas que tienen de 60 para arriba”, precisa.

“Esto se debe a un montón de cosas. Hay gente que dice que al haber más mujeres becarias va a ir decantando (su participación en categorías más altas) con el tiempo. Pero hay más mujeres desde hace un montón de tiempo. Desde los años ’60 somos la mayoría de egresadas de las universidades. La ciencia fue construida como patriarcal y androcéntrica. Todos los referentes de casi todas las disciplinas son varones”, sostiene.

En cuanto a la maternidad postula que sigue siendo “un punto de inflexión” en las vidas de las mujeres científicas, a nivel general. “En mi tesis trato de asociar las emociones que fueron generándose con la maternidad. Una de las que siempre sale es la culpa. Fue angustioso para muchas poder compatibilizar la maternidad con el hecho de tener que escribir la tesis”, cuenta Cano Colazo. Comparte la historia de una científica que, siendo madre, tuvo la posibilidad de hacer una estancia en Estados Unidos. Atravesó unos “problemas enormes” en la casa y se terminó separando. “Todos la tildaban de mala madre. Ella me dijo: ‘si hubiera sido mi marido el que se iba no hubiera recibido ni la mitad de los reproches que recibí yo’.” Los viajes al exterior también son un tema complejo para las mujeres abocadas a la ciencia.

Cano Colazo se pregunta por otro asunto pendiente: “¿Qué futuro queda para una chica trans que quiere dedicarse a hacer ciencia? Es un tema limitante, porque es un colectivo que tiene una expectativa de vida de 35 años. Hay una invisibilización del colectivo trans dentro de la ciencia y la academia. Hay que discutir la construcción del conocimiento, cómo se hace ciencia”.

Respuesta de la UBA

Aníbal Cofone, secretario de Ciencia y Técnica de la UBA, dice que los límites de edad en las becas no constituyen para las autoridades de la institución una “discriminación”, sino que buscan “una competencia pareja entre personas que tienen niveles de experiencia y conocimientos similares”. También argumenta que “hay una cuestión de cupo, que en el caso de una beca es presupuestario”. “No hay una restricción a que alguien mayor se postule sino que se busca que la competencia sea entre postulantes en condiciones similares. Si alguien con mayor edad se presentara con más experiencia es posible que esa persona tuviera un mejor puntaje que alguien muy joven, brillante, que esté buscando empezar su carrera de investigador”, añade, y destaca que la universidad suele hacer excepciones.

Consejeros superiores plantearon el tema de la discriminación etaria el año pasado. “Tuvimos algunas propuestas en este sentido, se discutieron, y se llegó a la conclusión de que la variable no tenía que cambiar”, cuenta Cofone. “Otras instituciones, como el Conicet, empezaron a retirar el límite de edad. Lo respetamos. En el sistema científico las condiciones son diferentes según quién hace los llamados”, concluye.

Posibles soluciones

Una de las batallas de la CODEC es por la “evaluación ciega”. Maximiliano de la Puente explica de qué trata: “Permite que cuando se hace la postulación no se vea la edad del postulante, que se puede determinar indirectamente por el DNI. Es un sistema extendido en el campo científico a nivel nacional e internacional. No sería difícil de aplicar”. Se emplea por ejemplo en el mundo de las publicaciones: no se exponen nombre, DNI, edad, estado civil, cantidad de hijos, género. Y los evaluadores son anónimos también para el autor del artículo, en lo que se denomina “sistema doble ciego”. “Otra opción, otro camino correcto es que existan veedores gremiales, como en los concursos docentes”, añade Cecilia Macron.

Ilona Aczel cuenta que es desgastante tener que ir puerta por puerta, institución por institución para revertir el panorama, por eso cree que es necesaria una nueva ley que frene la discriminación por edad y que repercuta en el ámbito científico.  Señala otras posibilidades: “En Conicet la ley está y su aplicación es un problema. Además de las leyes hacen falta campañas de concientización y difusión y que el Inadi sea un órgano de control, que sus dictámenes sean vinculantes. También, haría falta que haya control de alguna institución seria sobre la forma en que se aplican las leyes”.