El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires anunció la prohibición de circular a personas mayores de 70. Solo podrán hacerlo para cobrar sus jubilaciones y acceder a tratamientos médicos. La pandemia por el covid-19 puso en evidencia, por un lado, el desconocimiento que existe sobre la población adulta mayor en nuestro país, pero además visibilizó el abandono social y la precariedad en la que se encuentran. Esas vidas que el capitalismo considera desechables, y que ahora se infantilizan con la medida extrema que se implementará desde el lunes próximo, exigen las necesidades y reclamos de viejos y viejas se vuelvan colectivos.

La medida del Gobierno de la Ciudad borra a lxs adultos mayores como sujetos de derecho, les infantiliza y aísla aún más. Esta decisión será implementada por un Decreto de Necesidad y Urgencia- El Permiso de Circulación obligatorio deberá tramitarse el mismo día o el día anterior a ser utilizado, a través de la línea 147 que desde el inicio de la cuarentena se encuentra colapsada de llamados. ¿Qué sucederá con lxs mayores que ni si quiera poseen un teléfono? ¿Qué pasará con quienes no cuentan con ningún acompañante que pueda salir a hacerles las compras o los trámites?

Las medidas de aislamiento preventivo y obligatorio sacaron a la luz la soledad de lxs adultxs mayores, el desconocimiento general que hay sobre este sector de la población, sus carencias, necesidades básicas insatisfechas y la vulnerabilidad que presentan sus vidas siendo uno de los grupos de riesgo frente al contagio por el covid-19. En nuestro país más del 50% de lxs jubiladxs se encuentran por debajo de la línea de pobreza y reciben una jubilación mínima de $15.414,75.

El anuncio incluía multas ante el incumplimiento de la medida, el gobierno porteño dio marcha atrás e informó que no considerarán multas por ahora, pero «ante la repetición del incumplimiento podría dictaminarse trabajo comunitario». ¿Hasta dónde llegaron los límites de control y vigilancia que invaden las libertades de las personas? En este recorrido se indaga acerca de las vivencias de quienes hoy se encuentran en la parte mas fina del hilo ¿Cómo pasan sus días alejadxs de familiares, amigxs, espacios de encuentro y de disfrute las personas adultas mayores? ¿Cómo sobreviven aquellxs que reciben una jubilación mínima? ¿Cómo racionan cada peso para llegar a fin de mes? ¿Qué porcentaje de adultxs mayores hay en nuestro país? ¿Cuántxs se encuentran por debajo de la línea de pobreza? ¿Qué significa la feminización de la vejez? ¿Cómo acompañarlxs para aminorar la hostilidad de las medidas de aislamiento? ¿Vos también te indignaste el viernes tres de abril cuando viste llorar a una jubilada en la fila de un banco esperando cobrar y ¿Cuántas veces llamaste a tu abuelx esta semana? ¿Ya te fijaste si en tu barrio hay algún adultx mayor solx que tal vez necesite que alguien le compre un medicamento? ¿Pegaste un cartel con tu número de teléfono en el hall del edificio donde vivís? ¿Hablaste con algún jubiladx aunque sea para preguntarle cómo se siente? Tuvo que llegar una pandemia para que nos hagamos estas preguntas. ¿Por qué esperamos tanto?

Norma Beatriz Gilardi es una travesti de 66 años, vive en Villa Celina, una localidad del partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, por teléfono cuenta que el encierro le recuerda los años que estuvo presa durante la última dictadura, “fueron diez años privada de mi libertad, salí cuando volvió la democracia, esos recuerdos me pesan mucho”. Beatriz tiene algunos problemas de salud y al igual que a muchas travestis de su edad a los nueve años su padre y su madre la echaron de casa, la mayoría de sus amigas fallecieron muy jóvenes. “El único lujo que me doy es tener clave, para entretenerme un poco, mis cuatro gatitos son mi única compañía, por suerte pude conseguir algunos medicamentos sin cargo porque con mi pequeña jubilación de ama de casa no me alcanza para nada, hace unos días entregaron alimento de la municipalidad y con eso voy tirando.” cuenta.

La esperanza de vida de las travestis y trans no supera los 40 años, muchas de ellas mueren a muy temprana edad por enfermedades prevenibles. La falta de acceso a derechos básicos como salud, trabajo y vivienda arroja sus vidas a la marginalidad absoluta. Beatriz sobrevivió, en época de pandemia se limita a salir solo para hacer algunas compras y agradece a un compañero de militancia que le consiguió una receta para comprar sus medicamentos. Por ahora su rutina no cambió demasiado, “me levanto muy temprano, ayer me agarró mucha nostalgia, por mis gatitos, si me pasa algo a mí qué va hacer de ellos. Hay muchas cosas que no me quiero acordar de mi vida, pero otras sí porque fueron muy lindas como los 20 años que milité con Lohana Berkins en la calle, yendo de ministerio en ministerio”, recuerda.

Aldana Ramírez es psicóloga, trabaja con vejeces en el sector privado y es concurrente del Hospital Argerich en el servicio de adultxs mayores y trastornos neurocognitivos. “Hoy aproximadamente en el mundo hay 600 millones de personas adultas mayores, son datos que se obtuvieron entre el 2000 y 2010 y calculaban que para el 2025 esta cifra se iba a duplicar, según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. Dentro de Latinoamérica, Argentina es el país que tiene la mayor cantidad de población envejecida, tenemos un porcentaje muy elevado de adultos mayores comparado con población de niñes y adultes. En este contexto de pandemia nos encontramos con una población altísima en cantidad que es una población de riesgo y a nivel sociedad no estamos familiarizados con instituciones o modos de abordar las vejeces con perspectiva de derechos”, explica Ramírez.

Las proyecciones del INDEC del año pasado indican que el 15% de les habitantes de nuestro país son personas de 60 años y más, un 43% varones y un 57% mujeres. Durante la gestión macrista la limitación de entrega gratuita de medicamentos puso en grave riesgo la salud de esta población. La situación empeoró ante el aumento exponencial de no solo los precios de los medicamentos, sino también, de los alimentos de consumo diario, impuestos y servicios, producto de la creciente inflación que generó un deterioro en las condiciones de vida de estas personas al haber disminuido el poder adquisitivo de sus jubilaciones.

Un informe del Centro de Economía Política Argentina elaborado el año pasado asegura: “Según datos de ANSES del 2016, el 52% de las personas de 60 años y más cobra una jubilación o pensión menor a la mínima o igual a la mínima, con lo cual se hace inviable poder financiar con recursos propios el aumento en los precios de los medicamentos que superan ampliamente el aumento del haber jubilatorio y ello produce una caída abrupta de las personas mayores en la pobreza. Para una persona mayor, se calcula que la canasta que alcance para cubrir alimentos y servicios ronda los $26.043”, el haber mínimo que recibe la mayoría de lxs jubiladxs se encuentra $10.000 por debajo.

En 2015 Mónica Roqué, directora de la Asociación Latinoamericana de Gerontología Comunitaria, por ese entonces titular de la Dirección Nacional de Políticas para Adultos Mayores, durante el Primer Seminario Internacional sobre Género y Diversidad Sexual en la Vejez expuso: “La Argentina es un país envejecido con una franca feminización de la vejez. Las mujeres vivimos más tiempo que los varones, pero con más enfermedades crónicas y discapacidades y llegamos en peores condiciones porque hemos sido un subgrupo vulnerado a lo largo de toda la vida y esto se potencia en la vejez.” El último censo de 2010 arrojó como resultado que en nuestro país la población femenina adulta es mayor que la masculina, a partir de los 65 años la cantidad de varones va descendiendo en comparación con las mujeres, un censo que solo contempla a las personas cisgénero y excluye a las personas trans.

La vulnerabilidad de las mujeres adultas mayores según explica Roqué se vincula con su nivel de ingresos: «Muchas veces ocurre que el único trabajo que tienen es el de ama de casa, una actividad que no genera remuneración y que permite que sean mantenidas económicamente por el marido y cuando él se muere, quedan empobrecidas”. Por otra parte, aquellas mujeres que sí trabajan, “a partir de los 35 o 40 años se topan con el techo de cristal”, una barrera laboral invisibilizada que les impide avanzar en su carrera.

Histórica y culturalmente se les ha asignado a las abuelas el rol social del cuidado de sus nietos o nietas, otro trabajo invisibilizado y no remunerado, “el no poder verlos puede generar ansiedad y tristeza. Esta separación física y no poder cuidarlos genera una ruptura en su rutina y muchas veces no lo entienden, entonces quieren salir igual. Lo ideal en esos momentos es poder ser lo más claro posible con ellas para que entiendan que los chicos son los principales transmisores a las personas mayores y por una cuestión de cuidado, dialogar estas cosas”, explica Ramírez

Al inicio de la cuarentena el Gobierno de la Ciudad impulsó el programa de voluntariado “Mayores Cuidados” para brindar asistencia diaria en la compra de alimentos y medicamentos para las personas adultas mayores, algo que ya muchxs vecines estaban implementando en sus barrios. En la Provincia de Buenos Aires, por su parte, el gobernador Axel Kicilloff anunció esta semana que implementará un protocolo de cuidados especiales para adultxs mayores que viven acompañades o solxs del que aún no se conocen los detalles. Pami habilitó una línea exclusiva para responder consultas en el contexto epidemiológico actual llamando al 138, opción 9 e impulsó nuevas medidas para que las personas afiliadas no tengan que acercarse a las agencias para realizar trámites.

En época de pandemia los centros de jubilados, que son el principal lugar de encuentro, socialización y esparcimiento que tienen les adultes mayores se vieron obligados a cerrar sus puertas. Algunxs grupos lograron romper con las dificultades del aislamiento y continúan comunicadxs. La Norma Plá es una agrupación que nació Bahía Blanca. Su nombre rinde homenaje a la querida Norma Beatriz Guimil, militante de los derechos de lxs jubiladxs que en los noventa enfrentó y resistió las medidas neoliberales y que en cada marcha de los miércoles reclamó al Estado la miseria que cobraban por ese entonces – algo que hoy no ha cambiado demasiado- y tuvo que bancarse que Gerardo Sofovich y cinco machirulos más en “Polémica en el bar” cuestionaran y desprestigiaran sus métodos de lucha por televisión. Algo que hoy llamaríamos mansplaining.

La Norma Plá se formó en 2016 avecinando los problemas que vendrían tras la reforma previsional del gobierno de Mauricio Macri, propuesta por el FMI y reconfirmada por la propia titular del organismo, Christine Lagarde, cuando en 2017 destiló un claro mensaje eugenésico dirigido al sector adulto mayor de la población al asegurar: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global, hay que hacer algo ya”. Parece ser que hoy países como Brasil, Chile, Estados Unidos y Reino Unido, se encuentran en esa misma sintonía, frente a la pandemia del COVID-19 dando rienda suelta a las exigencias de los mercados y desechando vidas. Mandatarios que hoy exhiben el capitalismo más salvaje y privilegian los mercados por sobre la salud de la población en general, y en particular, la de lxs adultxs mayores cuando se trata de vidas que no son funcionales ni productivas para este régimen. Gobiernos que basan sus decisiones en lógicas de pérdida y ganancia económica omitiendo toda medida sanitaria y de prevención que ponga a resguardo estas vidas que hoy representan un grupo de riesgo.

Juan Carlos Pitiot es el presidente de la agrupación La Norma Plá, al centro hoy cerrada concurren más de 30 adultxs mayores. Un espacio que no es solo un lugar de encuentro también “contamos los problemas que tenemos para transmitírselos a los funcionarios. Antes de los días de cobro tuvimos muchas llamadas de compañeros que nos decían que se estaban quedando sin plata, entonces nos acercamos Pami y pudimos resolverlo por lo menos acá en Bahía Blanca, también hubo gente que hizo cola desde las 3 de la mañana, pero ese mismo día con el gobierno local lo solucionamos”, cuenta Juan.

Amalia Salum vive en Rosario, es lesbiana, tiene 58 años, aún no entró en el rango etario de lo que la Organización Mundial de la Salud define como adultos mayores, pero conoce el panorama que se le avecina a través del relato de sus compañeras: «Siempre hubo una diferenciación entre las chongas, las lesbianas masculinizadas, que por elección política o por exclusión no han tenido trabajos formales, han sido fleteras, artesanas, cuidadoras precarizadas. Tengo un montonazo de compañeras que hoy llegan a la tercera edad muy complicadas, no tuvieron trabajo formal, por lo tanto, no tienen aportes, ni una jubilación, por más mínima que sea. Hay muchas lesbianas mayores que hoy están solas, que tuvieron que irse de su núcleo familiar porque su familia no las aceptó, o porque también fue nuestra elección de vida y por eso aprendimos a vivir en red que es lo que nos salva. El formato familiar estándar muchas no lo tienen porque no las acompañaron ni las respetaron. Yo tengo un trabajo y una familia que me respetó y sé que por ahora puedo seguir trabajando, pero el día que tenga que vivir solo de mi jubilación voy a estar en problemas. Por eso insistimos con hablar sobre la vejez de las lesbianas, pero no es sencillo”.

Laura tiene 65 años, vive en Villa del Parque, Capital Federal, trata de salir lo menos posible y se distrae con lecturas, escucha música y se conecta por videollamada con su familia, pertenece a esa pequeña porción de adultxs mayores que tiene acceso y sabe cómo aprovechar al máximo las tecnologías para evitar la soledad de la cuarentena, está jubilada pero actualmente continúa trabajando. “Si yo tuviera que vivir con mi jubilación no me alcanzaría para nada, cobro la mínima, alquilo y por eso si o si tengo que trabajar. Me preocupa el tema económico porque aún no me pagaron en la pyme donde trabajo.”

A sus 68 años Humberto Corts, lleva su homosexualidad con mucho orgullo, es miembro fundador de la organización Mayores en la Diversidad y del Frente de Personas Mayores, también integra el Frente por la Salud de las Personas con VIH: “Quienes vivimos con VIH y somos adultos mayores, tenemos los mismos riesgos que cualquier otra persona mayor de 60 años con otra patología, no hay ninguna particularidad. A los homosexuales es la segunda pandemia que nos toca, en los noventa lo vivimos con el VIH y en el caso de los mayores algunos han podido salir del closet, pero muchos otros vuelven, regresan a sus grupos familiares o entran en casas de tránsito y esto genera todo un aislamiento personal psicológico, es un encierro, un volverse a encerrar”, cuenta.

Desde que el centro al que asiste Humberto se encuentra cerrado establecieron una red de comunicación diaria y fluida que les permite estar atentxs a las necesidades de sus compañerxs, “sabemos que algunos retiran la medicación de los hospitales entonces ahora hay organizaciones que están repartiendo esos remedios.” También implementaron algunas estrategias para evitar la paranoia: “tratamos de no leer noticias falsas porque eso genera más incertidumbre y angustia, nos manejamos con información oficial y tenemos contacto directo con Pami y Anses. Y a medida que fueron surgiendo otras necesidades buscaron nuevas soluciones, crearon otra red comunitaria para ayudarse con las compras diarias: “algunos de nosotros hacemos compras a nuestros compañeros a través de internet y se las hacemos llegar con envíos.”

Humberto pide ser escuchado como actor social activo, un rol que viene a contrarrestar el sentido común que sitúa a lxs jubiladxs como aquellas personas pasivas, improductivas, cuando incluso parece necesario recordar que lxs adultxs mayores también son sujetxs de derechos: “Nosotros estamos pidiendo que nos permitan formar parte de los consejos consultivos y dar nuestra opinión justamente para evitar cosas como las que sucedieron el viernes tres de abril, las colas en los bancos fue un error grande que en estas circunstancias con personas mayores es muy grave. Lo que faltó es conocer el sentido de lo que nos pasa a las personas grandes, para muchas, aunque tengan la tarjeta de débito y estén bancarizadas, el ir una vez al mes al banco a retirar la jubilación es una salida, es encontrarse con otra gente, comprar algo que tenían ganas de comer y esperan llegar a la jubilación. Es salir con un sentido a la calle y comunicarse con otros. Lo que faltó es analizar cuáles son las necesidades de las personas mayores, al menos se intervino rápido para que no vuelve a pasar.”

Noemí Fernández vive en San Telmo, tiene 70 años, es amiga de Humberto. Contesta mi llamada y rápidamente la charla le dispara un recuerdo: “Pertenezco a una generación que estuvo mucho tiempo encerrada, pero que tenía otra figura que era el estar escondidos, entonces esta cuarentena la vivimos de otra manera”, y asegura: “Nosotros no nos llamamos jubiladas, somos trabajadoras jubiladas.” Para ella las largas filas de personas adultas mayores haciendo cola a la madrugada para cobrar su jubilación dejó en claro que los funcionarios “desconocen la cantidad de jubilados y jubiladas que viven en este país, que mucha gente cobraba a partir del 26 y que esto iba a pasar, quedó en claro que ese maltrato lo tenemos siempre. No es verdad que donde vamos se nos atiende como al común. Si yo entro a un local de ropa y me paro a ver una cartera y no hay nadie es muy difícil que una vendedora se acerque y me pregunte qué necesito. Lo que pasó ese viernes al otro día fue subsanado, pero tuvo que armarse todo un quilombo para registrar que se puede hacer de otra manera. Yo soy una privilegiada que me puedo dar el lujo de no ir al banco porque van mis hijos, pero en Capital Federal hay una gran cantidad de adultos mayores que están solos, sin familia, que cobran la mínima y tienen que pagar la pieza porque si no los echan, tienen que ir si o si, es una cuestión de comer o no.”

A sus 80 años Nora cuenta que el bolsón de mercadería que recibía todos los meses ya no lo entregan porque lo repartían en una cede de Pami que ahora se encuentra cerrada. El reemplazo que encontró desde que arrancó la cuarentena es una vianda que dan en una salita cercana a su casa. “Aunque sea como una vez al día, me arreglo y todavía por suerte tengo algo del bolsón de comida que me dio Pami en marzo. Aún no pude cobrar abril. Para ir al banco tengo que tomarme un colectivo, una hora de viaje, soy asmática y no me puedo arriesgar. Tengo la jubilación mínima, por suerte no alquilo, tengo mi casita, pero los impuestos, sobre todo los municipales son muy caros, no los puedo pagar, no me alcanza.

Ella es una de las tantas jubiladas que pasa la cuarentena sola: “Mi hijo vive en capital, no puede movilizarse porque no tiene el permiso y encima ahora está sin trabajo, el hacía Uber. Tengo que comprar mis medicamentos y las recetas se me están por vencer, no tengo ninguna farmacia cerca. Antes me daban sin cargo los medicamentos, después ese beneficio me lo sacaron y justo tenía turno en Pami para hacer el trámite y volver a tenerlos sin cargo, pero lo perdí porque está cerrado, si o si los voy a tener que pagar con un descuento nada más. Tomo una pastilla para el asma, otra para la presión y un antidepresivo. Y no puedo suspender el tratamiento.”

El supermercado más cercano está a 15 cuadras de la casa de Nora, no le queda otra alternativa que tomarse un colectivo y los $40 de viaje le resulta demasiado costoso. Vive en Merlo, en su barrio casi no hay almacenes, pero si muchos kioscos, “venden de todo, pero venden muy caro, una vecina me contó que pagó $80 el kilo de azúcar, se aprovechan de la gente. Compré harina y me hice un pancito sin sal, no me puedo dar el lujo de comprarme un paquete de galletitas sin sal. En la verdulería me querían cobrar tres bananas chiquitas $120, ni hablar del tomate, compré una cebolla que corto de a pedacitos para darle gusto cuando cocino algo, me voy arreglando como puedo.”

Aislamiento físico, no emocional

Héctor Amarilla es psicólogo, integra el equipo de “Psicólogos en tu barrio”, trabaja en un hospital de día, en consultorio con personas mayores y además coordina acompañamientos. “La falta de contacto social es parte de la vida de les ancianes, no digo de todes, depende de cada familia y sus vínculos sociales. También dependen mucho de las instituciones, me refiero a los médicos que les atienden, al hospital de día, psicólogo, acompañante, kinesiólogo o algún tipo de tratamiento en domicilio que ahora está interrumpido. Algunes tienen muchos problemas con su obra social porque tienen que hacer todo de manera digital, no saben cómo mandar facturas, autorizaciones y necesitan de la familia. La mejor indicación para estos tiempos es poder hacer uso de lo virtual en la medida que sea posible. La gente mayor no está acostumbrada a usar las redes sociales y las tecnologías, entonces todo pasa por el teléfono. Escuchar a alguien del otro lado es muy importante y eso es lo que venimos recomendando, que puedan mantener el vínculo con su familia, tiene buenos efectos, aunque no haya cuerpo presente.”

En lxs adultxs mayores el miedo a la muerte está siempre latente y en época de pandemia se acrecienta, en los medios circulan porcentajes de mortalidad del Covid-19 no del todo confiables que presentan un panorama propicio de paranoia. Amarilla explica: “Contagiarse como aparece en las noticias es morirse. Les viejes están un poco excluídes siempre, no se les tiene en cuenta para un montón de cosas. Lo que pasa hoy con elles es que no hay una situación totalmente nueva, en todo caso la angustia pasa más por que justamente los pocos sostenes que suelen tener, están complicados. En esta situación de cuarentena se vuelve mucho más evidente el abandono que suele estar presente con les ancianes, si fue al banco es porque no tienen a quien recurrir para que vaya por elles. Las colas para cobrar la jubilación estuvieron siempre, me parece que lo que pasó en los bancos nos invita a todos a reflexionar que relación tenemos nosotres con nuestres viejes y eso depende de cada familia. Suena algo hipócrita la preocupación por les viejes, siempre se busca un culpable, por ejemplo, los funcionarios de gobierno, en parte lo son, podrían haberse anticipado a un montón de cosas, pero que no haya gente que acompañe a les viejes no es algo nuevo. Acompañarles es sostener ese lazo afectivo con elles. La indignación de mucha gente y el enojo porque se manejó mal el tema del pago de sueldos no es un problema que nació ahí es un problema que preexiste.”

Ramírez destaca las principales recomendaciones sobre cómo acompañar a las personas mayores en época de pandemia: “Creo que es importante diferenciar y transmitir a las personas mayores que esto es un aislamiento físico, pero eso no significa que la persona esté aislada emocionalmente. Que una persona esté aislada es el dato objetivo, está alejada, pero que se sienta sola es un dato subjetivo, es una sensación de que no hay grupo de personas para ella, esto es lo más grave para la salud mental. La solución ante eso tiene que salir de la sociedad, desde lo más cotidiano, como estar atento si en su edificio o en la casa de al lado hay gente mayor, poder volver a la cuestión comunitaria. Las grandes metrópolis se caracterizan porque no saben quién es su vecine. Pegar un cartel con nuestro número de teléfono porque tal vez se le hace más fácil mandar un mensaje o hacer un llamado, porque es más impersonal, garantizar herramientas para que puedan hacer uso de la ayuda. Al ser población de riesgo los medios están todo el tiempo mandando esta información, que no salgan, que son los más vulnerables y esto genera muchas ansiedades, depresión, sentimientos de tristeza, miedo, desamparo. Ante este panorama lo mejor es tener contacto diario, explicar con palabras simples lo que está pasando para que entiendan que esto es un aislamiento físico que tuvo un principio y va a tener un fin y que van a poder retornar a su cotidianidad y al contacto físico.”